Más allá de la comodidad
- Dra. Zaida N. Fernández
- 15 may
- 3 Min. de lectura

La zona de confort es como una butaca cómoda en la que nuestro cuerpo se adapta de una forma agradable, predecible y familiar. Es una experiencia mental y emocional donde nos percibimos seguros. ¿Cuántas veces te propones comenzar ese proyecto que llevas pensando desde principios de año? ¿Cuánto tiempo llevas posponiendo una conversación difícil con tu pareja o familiar? ¿Desde cuándo tienes esa sensación de estancamiento por miedo a tomar decisiones?
Cuando nos encontramos en nuestra zona de confort varias funciones del cerebro se ajustan para mantener esa percepción de estar cómodo en lo conocido. Se activa de manera sutil el sistema de recompensa hasta establecer el hábito de mantenernos en lo fácil. En ese espacio las rutinas y los hábitos requieren menos procesamiento cognitivo y planificación consciente ahorrando energía mental. Al mantenernos en el tiempo tan pasivos y cómodos no percibimos la necesidad de analizar, mostrar curiosidad ante lo desconocido o de aprender nuevas habilidades.
Algunos ejemplos del día a día que ilustran cómo podemos caer en nuestra zona de confort:
Evitar situaciones que te generen ansiedad o incomodidad, como hablar en público, aprender una nueva habilidad que requiere esfuerzo o enfrentar tus miedos. No cuestionar tus propias creencias o hábitos.
Mantener hábitos poco saludables como una dieta deficiente o la falta de actividad física. Evitar ir al médico por miedo al diagnóstico o al tratamiento.
Seguir siempre las mismas rutinas y evitar probar cosas nuevas, ya sea en momentos de ocio, el arte o desarrollar destrezas para la resolución de problemas.
Evitar expresar tus opiniones o ideas en reuniones o conversaciones por temor a ser juzgado o a equivocarte. No pedir ayuda cuando la necesitas por orgullo o miedo a parecer vulnerable.
Evitar ir a terapia o hablar con un profesional de la salud mental por miedo al estigma, la negación de un problema o la incomodidad de enfrentar emociones difíciles.
No expresarnos con libertad en la relación sentimental. Evitar comunicar abiertamente nuestros sentimientos y necesidades.
Dar por sentado que la relación de pareja se mantendrá sin esfuerzo consciente, evitando invertir tiempo y energía en fortalecer el vínculo y resolver los retos que surjan.
Salir de la zona de confort es un desafío. Lo primero es aceptar donde nos encontramos porque al acostumbrarnos a ese espacio, iniciar actividades y enfocarnos en cambiar rutinas requerirá mucho esfuerzo. Sin embargo, el cerebro es un órgano dinámico que al exponerlo a experiencias distintas fuera de esa zona tiene la capacidad de crear nuevas conexiones neuronales activando un fenómeno conocido como neuroplasticidad.
Salir de esa zona de comodidad requiere la intención y disposición todos los días de dar pasos pequeños. Esas pequeñas acciones son las que generarán autoconfianza y resiliencia. Al sentirnos confiados comenzamos a ampliar nuestra perspectiva y el sentido de logro. Físicamente, al fomentar hábitos saludables notamos un incremento en la vitalidad y mejora la función cognitiva. Emocionalmente, conectamos con bienestar y la percepción de estabilidad.
Nuestra zona de confort es un puerto seguro, pero los puertos se utilizan para zarpar, no para quedarse. Aferrarnos indefinidamente a la comodidad puede anclar nuestro potencial al privamos de descubrir algo nuevo. Reflexionemos sobre esas áreas de nuestra vida donde la costumbre nos limita. La invitación no es a abandonar la seguridad, sino a cultivar la valentía de explorar y asumir desafíos que hemos postergado. Descubrir terrenos inexplorados nos conecta con nuevas estrategias, habilidades y talentos que desconocíamos revelando una capacidad de adaptación y crecimiento. La vida plena nos espera al otro lado de la famosa zona de confort. ¿Estamos listos para ir más allá de la comodidad?
Decide hoy.
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